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La nieve duerme junto a los cerros callados. En la ciudad, silban los rieles ateridos. Ella canta. Es el epicentro de la inmensa noche. Sus amigas también cantan, y entre frazadas se envuelven felices...
Mientras la mujer de sus sueños se acuesta con otros hombres y las playas se llenan de preservativos, él reprime el impulso de cortar con una lámina de acero la nariz que deforma su rostro y las orejas en forma de radar...
Ella necesita hundirse en la ciénaga. Al regresar recupera el control. Es una quimera. Se hunde y recupera el control. Colecciona recuerdos y duerme. Afuera llueven escombros de un mundo en derrumbe. Es una quimera.
La pastilla cae y flota sobre el hielo. Pronto se disolverá en el brebaje. Ya no habrá que ver alegrías. Ya no habrá que soportar tristezas. Los labios amados junto a otros labios, las penurias detrás del rimmel, o los que mendigan su soledad...
Todos sabemos del peligro de no sentir nada. Las decepciones transforman el corazón en piedra. Desvestir la muerte, o por fin desvestirte, y mirar con los ojos de siempre. Desvestir la muerte, o jamás desvestirte, y mirar con los ojos de siempre.
En nuestro reino los bueyes caminan una y otra vez en busca de agua, pero nunca la encuentran. Entonces dejan de ser bueyes, porque mueren de sed, pero al cabo de unos minutos resucitan, y la historia se repite. No sólo con los bueyes...
Vuelve esa mañana fría, de desolación. Con las filas pobladas de problemas, de sellos y laberintos. Las penurias del que tose, el silencio de la morfina, el terror del que sabe, la congoja y la agonía. Vuelve esa mañana fría, y una multitud silenciosa.
Cuando el desastre sometió al programa, y sucumbí en las mazmorras del terror, el cielo igualmente renació. En otra tierra, en otro siglo, en otro hombre. Con la fuerza de lo necesario se dejó ver, y el programa sometió entonces al desastre...